La cubierta forestal se reduce con alarmante rapidez: los valles han perdido un tercio de su cobertura en los últimos 40 años y, de seguir las tendencias actuales, la ciudad estará pronto al borde del colapso. Aquí la historia de la cordillera y montes que rodean a la ciudad de Oaxaca.
Para muchos oaxaqueños el monte no es sólo una elevación topográfica, sino las formaciones naturales que cubren el territorio de la entidad: bosques, selvas, matorrales, palmares, manglares; que albergan una buena parte de riqueza biológica. Para la mayoría de los pueblos son fundamentales en su organización territorial, cosmovisión y sobrevivencia, además de estar muy ligados a ese otro bien común: el agua.
Sin embargo, algunos citadinos lo consideran vagamente peligroso, fuente de incomodidades y refugio de alimañas, donde a lo más hay que ir por breves periodos y protegidos, para descansar del tráfago de la ciudad. Otros más, alentados por los vientos mercantilistas, los consideran sólo fuente de recursos –sobre todo madera. Hay que sacar los árboles con rapidez, los más que se pueda si su explotación es factible, si no, hay que tumbarlos y poner en su lugar algo productivo: cultivos, pastizales para ganado o casas y calles.
Lo que sí, desde cualquier perspectiva se reconoce que la cubierta forestal se reduce con rapidez: los valles han perdido un tercio de su cobertura en las últimas cuatro décadas y, de seguir las tendencias actuales, la ciudad, presa del crecimiento desordenado, estará pronto al borde del colapso. ¿Qué pasó?, ¿podemos retomar el camino de la sustentabilidad?
Los valles de gigantes en agonía
Sabemos poco de cómo eran los bosques de los Valles Centrales antes de la Colonia. Podemos suponer que la vegetación era abundante y el clima más benigno y húmedo, según indican las referencias históricas que describen la sorpresa de los primeros españoles por la magnitud y la abundancia de sabinos o ahuehuetes, y que hicieron que calificaran estas tierras como valles de gigantes. La misma toponimia es ilustrativa: Huayapam significa río grande; Ocotlán, lugar abundante en pinos.
Durante la época novohispana hubo profundos cambios: la fundación de la ciudad, el aumento poblacional, la introducción de la ganadería y la explotación forestal. No obstante, los más veloces y profundos han tenido lugar en las últimas cinco décadas, con la generalización de un estilo de vida que avasalla a la naturaleza y a la civilización rural, privilegia las ciudades a costa del campo y considera a los bosques y selvas únicamente como reservas temporales de pocos productos.
Es especialmente dramática la deforestación y la desecación que padece el valle de Oaxaca a medida que la urbanización avanza, acelerada y caótica. Ahora, una buena parte de lo que queda de bosques se concentra en la cordillera del noreste de los valles de Etla y Grande. Abarca unas 60 mil hectáreas en diez municipios y es una estribación meridional de la Sierra Juárez, una de las regiones de conservación prioritarias de México.
A pesar de que tenemos esta sierra prácticamente enfrente, la información biológica es escasa y fragmentaria (se le llama cordillera Norte, sierra de San Felipe, etcétera). El lugar, visitado desde el siglo XIX por botánicos ilustres como Galeotti, Conzatti y Pringlei, tiene seis de los diez tipos de vegetación, que Rzedowski reconoce en la entidad, principalmente bosques templados, de pinos y encinos, mesófilos, de galería y selvas bajas. En el herbario del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (CIIDIR-Oaxaca) hay cerca de mil especies de plantas colectadas, algunas en peligro de extinción, raras, amenazadas o vulnerables, además de una endémica, es decir, exclusiva de la sierra. De los animales también se sabe poco. Reportadas poco más de 200 especies de vertebrados, entre aves, mamíferos, reptiles y anfibios. También los hay endémicos.
Urgen acciones para conservar el monte
Cabe señalar que en 1937, debido a la importancia y bellaza de la zona, el presidente Lázaro Cárdenas propuso un parque nacional con dos mil 700 hectáreas, decretado como Parque Nacional Benito Juárez, aunque no se consolidó. Nunca fue deslindado, ni expropiado según exigía en su momento la ley forestal. No contó con estudios, vigilancia, ni infraestructura alguna, y las comunidades aledañas no lo han reconocido más que como una vaga referencia del gobierno federal. De cinco años a la fecha las cosas han mejorado y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) apoya proyectos de conservación de las comunidades, mas lo que se hace es aún insuficiente.
Diversas iniciativas, especialmente desde la sociedad civil y las comunidades, han intentado acciones para proteger la sierra. Entre las más conocidas está la que desde 1991 se opuso a la construcción del libramiento carretero del norte de la ciudad de Oaxaca, de donde, quizá, nació el movimiento ambientalista moderno. Esta obra agudizó el deterioro regional y sigue provocando enojos ciudadanos porque varios gobernantes y sus socios, de manera abierta o solapada, especulan con los terrenos aledaños e intentan reabrirla.
En 1994 se aprobó, con carácter de ley estatal, el Plan de ordenamiento de la zona conurbada de la ciudad de Oaxaca, que reconoce la importancia de la sierra y proyecta usos de preservación ecológica y agropecuarios. Éste, además de ser rebasado por el crecimiento urbano, expiró. Remiendos como el decreto de conservación, emitido al vapor por cabildo de Oaxaca de Juárez a fines de 2010, sólo provocan mayor desconfianza. Al respecto, en el seno del Foro Oaxaqueño del Agua se constituyó un grupo de trabajo con organizaciones civiles, sociales y funcionarios. A pesar de las reuniones y avances en el intercambio de información y definiciones de estrategias, es preciso ir más allá, pues en los últimos meses las presiones sobre el macizo montañoso se han multiplicado: construcciones irregulares, desmontes, especialmente en San Felipe del Agua, y el vertimiento de aguas negras en ríos y arroyos, entre otras cosas.
Es urgente dar a conocer, vincular y replicar las muchas iniciativas que las comunidades, las organizaciones, los ciudadanos y algunas dependencias de gobierno hacen para conservar el monte. Como los esfuerzos de la comunidad de San Pablo Etla, que recientemente destinó a la conservación un área más grande que la del Parque Nacional, y se esfuerzan en protegerla efectivamente; o la regeneración de cañadas en el parque La Encantada; y el Centro Demostrativo de Permacultura, El Pedregal, en San Andrés Huayapam.
Los bosques de la sierra son fundamentales para Oaxaca, en especial para el abasto de agua, pero también por razones históricas, culturales, productivas y biológicas. Es urgente y prioritario determinar una estrategia integral, participativa, con una visión de cuenca para la región, de modo que logremos conservar sus procesos naturales y, al mismo tiempo, dar opciones de mejoría social para sus habitantes. De eso se trata el Plan Común para un Bien Común, del cual hablamos en nuestra entrega pasada.