De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010 del INEGI, las mujeres representan tan sólo el 8% de las personas que en el estado de Oaxaca se dedican a la escritura y/o a la crítica.
La creación literaria constituye, después de la música, el rubro donde aparece la mayor disparidad numérica de género. Este simple dato porcentual nos pone ante la evidencia de que la palabra que se escribe y circula en esta entidad, la palabra que se vende y se lee a diario es fundamentalmente palabra masculina. Es decir, que son los hombres, y no las mujeres, los que mayormente pueden verter y difundir su sentir y pensamiento a través de una u otra publicación, monopolizando de esta manera el bagaje simbólico dado por la palabra escrita.
No es cosa insignificante, si se tiene en cuenta el poder que tiene la palabra y más si está acuñada sobre papel. La palabra escrita es como un sello, como la marca de un fierro candente en la piel, en las membranas del raciocinio que con su fuerza puede llegar a moldear conductas, opiniones, visiones y valores. Es preocupante por ello constatar una vez más que a estas alturas del siglo XXI el grueso de las mujeres todavía no tiene acceso cabal a esos lugares, como puede ser el de la escritura, desde donde se puede proyectar y apuntar nuevos sentidos sobre la realidad, aportando así al desarrollo cultural de Oaxaca.
En una ocasión, una veterana del taller literario de Cantera Verde comentaba que las mujeres no duran mucho en el mismo, que acuden mientras están jóvenes, netamente en su etapa estudiantil, antes de contraer las obligadas nupcias.
En este contexto es siempre alentadora la aparición de libros elaborados por ellas. Es como una piedra que, arrojada sobre la superficie del vasto mar, provoca olas; es como una rama verde que se asoma por las grietas de una pared y crece empecinadamente.
Y es que en días pasados, en un pequeño café del centro de la ciudad, fuera del circuito cultural hegemónico, se presentó el libro titulado Diva emblemática de humeante cabellera, de Sabina R. García, pseudónimo utilizado por Ninfa Pacheco, una mujer oriunda de la Mixteca.
“Vestida de otra carga vitalicia
Las llamas te susurran los quebrantos,
La desgracia, el polvo inmundo;
Equilibras la fuente de silencios impalpables, los aspectos mortíferos”.
Se trata de un volumen cuidadosamente editado, al margen de las casas editoriales locales y de las instituciones gubernamentales. Un libro que desde el inicio marca la pauta de su mística. Ninfa retoma y reivindica su origen y con la resortera de la escritura lo lanza al mundo, los ojos terceros. En la página de legales, al señalar el lugar de su elaboración se anota la siguiente leyenda: “Lulà’ Nunduva Londa’a Oaxaca, México, Mesoamérica, 2011”.
“Vuelves a la corteza,
Ahora estás en la morada,
Ya no hay sombras que bailan”.
Es un libro hecho artesanalmente, cosido con esmero a mano, puntada por puntada, que contiene entre sus páginas treinta y tres poemas escritos en versos libres y en prosa.
“Rostros taciturnos hundidos en la niebla del olvido, la Central de abastos en la
constelación sórdida; implosión de miradas opacas vagan el rascacielos del trauma,
de la angustia”.
Cada poema es en sí un exorcismo, un acto intenso de humildad, admiración y congoja a la vez por el paso lleno de peso de un sinnúmero de mujeres que pueblan, de una región a otra, esta tierra.
“A sus ancestros ancestros les trajeron del África remota,
Esclavas esclavos del poder colonial,
De los bellacos que asolaron Abya Yala”.
Son poemas dedicados todos ellos a mujeres que no aparecen desde luego en sociales de los periódicos, mujeres anónimas, indígenas, vendedoras ambulantes, campesinas raptadas a los quince años, niñas violadas o golpeadas, limosneras o prostitutas, mujeres que sobreviven día a día y aún así logran sobreponerse para después cantarle a la vida.
“Se cocinan los goces
que inventan las cuencas de la risa jovial y sonora;
en la curva radiante del júbilo entras al instante magnífico”.
Un libro escrito desde adentro, desde la propia a la ajena soledad, como una necesidad, una urgencia, una alarma, una exigencia, en un ir y venir incesante de punzadas donde a pesar de todo se identifica y reconoce la belleza de existir.
“La soledad permea tus ámbitos, amapola resplandeciente”.
Todo el libro es un diálogo, silencioso, agudo de ella con ellas, de ella con ella misma; una escritura pensada, contenida, minuciosamente buscada, perfectamente calibrada y sobre pesada en cada una de las palabras utilizadas, que se muta en un extenso canto de alabanza, como en los míticos tiempos pasados cuando al despuntar el día se celebraba a las diosas.
“Cuarenta albas para honrarte”
¡Gracias Ninfa por conducirnos por los rumbos de tu anhelada claridad!