Una imagen todavía común en muchos de los tianguis del estado de Oaxaca y en otros de la república es la presencia de familias alfareras vendiendo loza que ellos confeccionan en su pueblo. Algunas de las formas que surten como la olla, el comal y la chirmolera son aún buscadas por amas de casa y restauranteros, porque son casi indispensables en la cocina mexicana. No obstante, es un oficio de gran antigüedad que está en peligro de extinción frente a la sustitución de recipientes hechos de otros materiales más baratos y duraderos, y la necesidad de los alfareros de buscar alternativas económicas que generen más ingresos. Algunos de ellos han logrado adaptarse a estas consecuencias de la modernización respondiendo a los gustos del turismo nacional e internacional por producir un sinfín de vasijas que van en su presentación desde lo típico hasta lo caprichoso. Hace años se destacaron en este campo en Oaxaca las alfareras doña Teodora Blanco de Santa María Atzompa, Rosa Real de Nieto de San Bartolo Coyotepec e Isaura Alcántara de Ocotlán de Morelos, entre otras, por la excelencia de su trabajo y sus múltiples reconocimientos. Por otro lado, es probable que muchos alfareros y sus familias simplemente dejen para siempre la confección de cerámica.

Muchos, si no casi todos nosotros, sabemos que la cerámica tradicional de Oaxaca tiene sus raíces en el pasado prehispánico; pocos se dan cuenta que fue un elemento esencial como material cultural desde el inicio del modo de vida agrícola en México prehispánico. En el caso del Valle de Oaxaca, se implantó plenamente este modo de vida alrededor de 1,500 a. de C. que conllevó por primera vez al asentamiento de los habitantes en aldeas permanentes. La permanencia en el lugar facilitó la creación y el uso de utensilios como la cerámica que, bajo las previas condiciones del nomadismo, hubieran sido imprácticos por su peso. Unos años después de empezar a producir cerámica, se fijaron muchas de las técnicas básicas de la tradición alfarera que a grandes rasgos se ha transmitido de una generación a la siguiente, hasta los descendientes de hoy. Por lo tanto, la cerámica prehispánica de Oaxaca comparte con la loza tradicional actual muchas similitudes; la explotación de algunos de los mismos yacimientos de barro y las mismas técnicas de preparar el barro, formar, acabar y cocer las vasijas. Desde su inicio hasta hoy, el quehacer de confeccionar cerámica ha sido casi siempre una actividad familiar que se llevó y se sigue llevando a cabo en el solar de la casa.

A pesar de las similitudes entre la cerámica del pasado y la del presente, existe una gran brecha en el ámbito de la decoración. En la época prehispánica, las vasijas de barro funcionaron no sólo para la preparación, servicio y almacenamiento de comida y víveres, sino que también sirvieron como un medio importante para la expresión simbólica de las relaciones entre los hombres, entre el hombre y el cosmos. Un ejemplo atinado de lo anterior se realizó en el contexto de los centros urbanos como Monte Albán en el Valle de Oaxaca. Durante el Periodo Clásico (250 d.C.-850 d. C.) los gobernantes y nobles mandaron hacer urnas funerarias o vasijas efigie realizadas por alfareros especialistas. Las vasijas efigie comúnmente representan al gobernador o noble disfrazado como un dios, y de esta manera estos objetos expresaban su papel esencial en la sociedad; él como un intermediario entre los comuneros de la sociedad y lo sobrenatural. Por la nueva religión que los españoles impusieron después de la conquista, sólo vestigios de la antigua cosmovisión son plasmados en la cerámica contemporánea como en el caso de los incensarios con tres soportes alargados de Santa María Atzompa. Se usan para quemar copal y estas formas tienen sus contrapartes de las vísperas de la época prehispánica.

La agricultura, el sedentarismo y la producción de cerámica fueron elementos básicos para la adaptación al medio ambiente que dio origen e identidad a los pueblos mesoamericanos. Hoy, hay varias personas, tanto en los pueblos tradicionales como en las instituciones académicas, que se esfuerzan en frenar la pérdida de los idiomas y costumbres tradicionales, en el mejor de los casos; en el peor, éstos mismos se resignan a registrar los últimos vestigios antes de su desaparición total. Las alfareras y alfareros de Oaxaca y México representan una tradición milenaria que merece ser reconocida como un legado de conocimientos técnicos, una destreza artesanal consumada y una expresión artística única; como tal debe ser social y económicamente valorada y apoyada.

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Acerca de los autores:
Robert Markens. IIE UNAM sede Oaxaca.
Cira Martínez López. Centro INAH Oaxaca.

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