Aunque la fotografía tiene alrededor de 173 años de existencia y comienza con la divulgación del daguerrotipo, la primera imagen captada fue realizada por Nicéphore Niepce en 1826 con una cámara oscura y un soporte con sales de plata. De esa fecha a la nuestra se han transformado los conceptos, usos y han emergido nuevas técnicas y prácticas fotográficas. Pero ¿qué diferentes facetas han marcado su devenir en México?
En el siglo XIX, era considerada una herramienta que de cierta manera retrataba la realidad con poses y estilos; que forjó conceptos del otro; registró los avances tecnológicos y hechos sociales; captó la arquitectura y el nuevo urbanismo; fue herramienta para la ciencia. Por suerte ahora, al observar estas imágenes, sabemos, de antemano, que debemos interrogarlas, como interpretaciones de las diferentes realidades sociales en donde se produjeron. Como dice Philippe Dubois[1] al hablar de la realidad, la fotografía en sus inicios era considerada una reproducción de lo real, después fue abordada como una interpretación (cultural e ideológica), luego se comprendió como una huella o conexión física (index) de lo que alguna vez sucedió o existió.
La toma fotográfica mexicana
En México, François Aubert, fotógrafo oficial de Maximiliano de Habsburgo, implantó una moda sobre cómo debería retratarse a la élite, a partir de las diferentes poses que Maximiliano y Carlota promocionaron —se utilizaron sus retratos como propaganda política y de poder.
Las imágenes de otros fotógrafos que repercutieron en el imaginario colectivo durante el último tercio del siglo XIX fueron las de Cruces y Campa. Así, la creación de los tipos populares comenzaron a darle forma a la tipificada mexicanidad: costumbres y oficios. La imagen fotográfica finisecular construyó una idea de nación y una identidad a partir de los diferentes usos que tenía y de la ideología que se impregnaba en ella. Por ello su lectura es casi un acertijo y conviene una interpretación desde lo antropológico, desde la historia de las mentalidades, desde el arte y demás acercamientos multidisciplinarios.
Y si bien en un primer momento la fotografía fue más una herramienta moderna para documentar, debido a la influencia de la pintura se desarrollaron nuevas alternativas de cómo pensar y realizar la imagen fotográfica. El Muralismo, la Escuela Mexicana de Fotografía y la Agencia de la Fotografía Mexicana mediaron para que apareciera la firma del autor de una imagen; entonces el fotógrafo se convertiría, además, en artista. Además con la Revolución Mexicana como coyuntura histórica se dio un giro al quehacer fotográfico. Los viajeros —después visitantes permanentes de México— como Tina Modotti, Edward Weston y Hugo Brehme, y los fotógrafos mexicanos como Lola y Manuel Álvarez Bravo dieron un nuevo enfoque a la fotografía de autor. No sólo sería parte de un testimonio sino revelarían un sentido estético y político;con el paisaje, el surrealismo y los retratos. Y surge, entre lo social y lo artístico, la imagen. Con ello los eventos se rememoran y quizá nunca sabremos a ciencia cierta si es la fotografía la que hace al acontecimiento o es el acontecimiento el que hace a la fotografía. Mariana Figarella[2] escribe que mientras se busca una artisticidad en la imagen a través de la tradición pictórica, se desarrollaron nuevas estrategias estéticas cuando algunos fotógrafos se inclinaron por el realismo, el medio fotográfico, la definición de formas y el aislamiento del sujeto fotográfico de su contexto, mientras que en otros permaneció la visión idealista, costumbrista y exótica de lo fotografiado. Posteriormente hubo una mezcla: la toma de un acontecimiento y una composición de formas y colores para hacer expresiva eso que es fotografiado.
Con el desarrollo de la industria del cine mexicano, los fotógrafos comenzaron a tener un papel protagónico en el desarrollo del retrato y de nuevos estereotipos sociales. Resaltan figuras como Agustín Jiménez, Gabriel Figueroa o Juan Rulfo. El fotoperiodismo se desarrolla a la par, impulsado por las revistas ilustradas, ya que son éstas las que incentivan la producción; sobre salen Nacho López, Héctor García, Rodrigo Moya y los hermanos Mayo. La fotografía continua documentando, al mismo tiempo que es un medio de expresión artística.
Los alcances y los límites
La transformación de lo que significa y el cómo se crea la fotografía ha atravesado tanto lo análogo como lo digital. Ha cambiado no sólo la manera de producirse sino su uso: de una imagen daguerrotípica a otra manipulada, fotoshopeada. ¿Podría cuestionarse su veracidad e instantaneidad? Su originalidad, ¿ya no es única e irrepetible? Lo digital facilita la manera de expresar y reinterpretar la idea de un mundo y una vida. Cuando observamos las fotografías de los paisajes imaginarios de Gabriel Figueroa (hijo), una sensación de incertidumbre nos invade, porque no podemos asir lo real, sabemos que han sido recreados y reinterpretados. Para su análisis no basta sólo verlos, es importante tomar en cuenta quién se encuentra en el plano creativo, quién plasma en el soporte, quién imagina un resultado y lo vuelve objeto, quién realiza las interpretaciones de la realidad.
La fotografía que logra prevalecer en la mirada colectiva se transforma en un símbolo y se convierte en emblemática, no importa si la composición es meramente artificial o como parte del pensamiento de una época. Como documento histórico rompe con la temporalidad y espacio: es una interpretación de un entorno social (micro o macro) que proviene de la mirada del fotógrafo, donde, también, intervienen factores externos, personajes que aparecen en ella, edificaciones, paisajes. El fotógrafo y su cámara se vuelven el ojo que observa y analiza, mientras el exterior se mueve, conversa, actúa, respira, entrando en forma de luz a a través del diafragma. Así, hay un constructor de la imagen y un participante seudo activo.
Al final, ya como producto, existen otros cambios: según el espacio en donde se coloque, ya sea un museo de arte o historia, en una revista o libro, en la calle o un espacio privado. Dependen de dónde y cómo circulen las imágenes. No siempre se observarán o se leerán de igual manera.
Archivar la memoria
Preservar la memoria histórica a través de las imágenes no ha sido tarea fácil, y con el almacenamiento digital se corre el riesgo de perder mucha información visual contemporánea, —tampoco lo digital asegura la durabilidad. Por ello, se deben crear las estrategias que permitan asegurar la permanencia de la creación fotográfica contemporánea, y no olvidar que el negativo, aunque es un material endeble, persiste al tiempo si se mantiene en un espacio de conservación adecuado.
Para reflexionar, hablar y escribir sobre la fotografía —antigua y reciente—, es importante direccionar la atención de artistas, funcionarios públicos e investigadores. Una labor que merece opiniones conjuntas. Aún falta trabajar en el resguardo de los archivos fotográficos (particulares o públicos). Sería excelente si el Estado, los académicos y fotógrafos trabajaran en un proyecto en común: la creación de una Fototeca de Oaxaca para conservar, restaurar e investiguar la memoria visual.