Para muestra un ejemplo: el Comité de Autenticidad de la Guelaguetza, un grupo de expertos que de manera honoraria colaboran con el gobierno estatal para verificar la calidad y autenticidad de los grupos que participan en estas festividades, decidió hace algún tiempo visitar comunidades mazatecas y chinantecas de la región del Alto Papaloapan para buscar alternativas en bailes autóctonos, con el fin de diversificar la presencia regional, hasta entonces caracterizada únicamente por el bailable denominado Flor de Piña, que tanto agrada a los turistas por el colorido de los huipiles de toda la región y la agilidad escenográfica de las mujeres integrantes de la “Delegación de Tuxtepec”, la mayoría de ellas de origen mestizo.

El resultado fue pasmante: tras el aviso de la visita del Comité de Autenticidad a varios pueblos, las autoridades municipales se dedicaron a preparar a sus grupos representativos. El comité recorrió cinco comunidades indígenas, todas enclavadas en el corazón de las montañas, ninguna de las cuales había sido nunca invitada a participar en la fiesta más importante de los oaxaqueños. En cuatro de las comunidades visitadas, el comité se consternó con la representación de Flor de Piña, montado con música grabada en cassettes y con las coreografías copiadas a las muchachas mestizas de Tuxtepec, tratando de seguir el ritmo acelerado y hasta vertiginoso que se presenta por razones coreográficas y de plástica escénica en la Ciudad de Oaxaca, muy contrastante con los pasos recatados, sencillos y místicos de las mujeres indígenas de la región.

Las presentaciones fueron atropelladas y nada auténticas, porque este baile es una adaptación de sones que no acostumbran bailar de este modo los pueblos chinantecos ni mazatecos… pero ellos creían firmemente que la asistencia a la Guelaguetza estaría asegurada si bailaban “Flor de Piña” al modo de Tuxtepec, en lugar de sus propios bailes, de acuerdo con sus tradiciones y costumbres. La comunidad que presentó algo novedoso, Ojitlán, fue la invitada en esa ocasión.[1]

Muchos turistas acuden a la Guelaguetza de los Lunes del Cerro creyendo que se trata de una festividad esencialmente indígena, pero no es así. Oaxaca, el estado con mayor diversidad cultural de México, creó esta fiesta desde una perspectiva mestiza, dirigida a la población mestiza local y a los turistas. Aún cuando los elementos propios de la fiesta indígena están presentes, como algunas ceremonias, el colorido, los huipiles de ciertos pueblos y la identidad de algunos grupos, muchas etnias no han sido integradas de manera regular a la llamada “máxima fiesta de los oaxaqueños”. A pesar de eventuales esfuerzos institucionales y del trabajo exhaustivo del Comité de Autenticidad, la presencia de chinantecos, chocholtecos, amuzgos, huaves, triquis, chontales, zapotecos del sur, afrodescendientes, cuicatecos y zoques es marginal o inexistente en esta festividad, mientras se favorece la de los mestizos. No por ello deja de ser una fiesta hermosa e inolvidable, que superaría su fama si se procurara una mayor presencia indígena, más genuina y entrañable.

Por tradición, la Guelaguetza es una festividad popular y por lo tanto, toda institución está éticamente descalificada para apropiársela. La autoridad debería procurar los recursos para que la organizara un patronato en representación de la sociedad, siendo éste, a través de los mecanismos adecuados, el que seleccionara a los grupos representativos valorando su compromiso y respeto por las costumbres de sus comunidades; apoyado por un fideicomiso autónomo. El Comité de Autenticidad podría ser reconocido como un Consejo Consultivo de Expertos: fin a los compromisos políticos, a los 380 “invitados especiales”, a la clonación de “guelaguetzas” oficiales, a las infraestructuras de relumbrón y al besamanos de las autoridades en turno que tanto ofenden a los oaxaqueños.

Por considerar que no existe alternativa, las autoridades suelen planificar el turismo a partir de criterios desarrollistas, que basan el éxito de un destino considerando incrementos: más turistas, más empresas, más inversiones, más destinos, más consumo… esta visión sigue ignorando los indicadores de sustentabilidad, ética y desarrollo social. En la Guelaguetza tendría que darse prioridad a las comunidades participantes; elevar la competitividad del espectáculo como atractor turístico, mejorar la calidad de los servicios que le acompañan y potenciar el hecho de que es en esencia algo único e irrepetible, que vale la pena vivirla como experiencia cultural. Es deseable que en el marco de los nuevos vientos políticos de apertura y consulta ciudadana, se atienda un nuevo modelo de gestión turística que garantice buenos negocios con base en la responsabilidad social, cultural y medioambiental, condición necesaria para avanzar con éxito en la búsqueda de un mejor mañana para Oaxaca y sus comunidades.

Profesor normalista, licenciado en Relaciones Internacionales por la UNAM.

Doctorante en Turismo por la Universidad Nebrija de Madrid, España.

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