Los tianguis hoy en día, y a través de mucho de la historia reciente del mundo, han servido como una institución económica primaria; unen en un espacio a productores de bienes y a proveedores de servicios con consumidores, así que los mercados facilitan en gran medida el abastecimiento de los miembros de una sociedad. Uno de los intereses de los arqueólogos, que trabajan en Oaxaca y más allá, es averiguar los orígenes de los mercados en la época prehispánica. Esto es un reto por los aspectos efímeros del tianguis y el tipo de transacción que se lleva a cabo dentro de sus confines, conocido como el intercambio de mercado (market exchange).

Para los economistas, el intercambio de mercado ocurre siempre y cuando las ventas y compras que ahí se realizan obedezcan en gran medida a los factores de la oferta y la demanda. Es típico que los vendedores y consumidores de un mercado sean anónimos o se conozcan sólo de una manera causal, así que los factores de parentesco y obligación social son ajenos a las transacciones. Dentro del mundo antiguo se han documentado algunos mercados y el intercambio de mercado en las sociedades urbanas y sus áreas de sustento donde hay una población densa y un alto grado de especialización laboral. En este contexto histórico surgieron los primeros mercados, a veces acompañados por elementos afines característicos, tales como pesas y mediciones estándares, monedas y grandes espacios públicos formalizados.

Desde el establecimiento de las primeras aldeas hace más de 3 000 años, la gente del Valle de Oaxaca intercambiaba bienes y productos. Algunos recursos estaban distribuidos de manera dispareja y las personas cercanas los explotaban: barro en Atzompa para hacer cerámica; ónix en Magdalena Apasco para confeccionar adornos; sílex en Guadalupe Hidalgo y San Antonio de la Cal utilizada para hacer implementos; basalto en los Teitipacs utilizado para hacer manos, metates y molcajetes; y sal en Lambityeco para consumo y para medicina. Otros bienes eran perecederos, por ejemplo, madera para construcción, frutas y plantas silvestres para comida, palma para tejer canastos, y maguey para fibra y comida. Incluso otros materiales fueron importados: concha marina y piedra verde para adornos, obsidiana para implementos, plumas y pescado seco para comer.

El intercambio fue entre individuos, familias y pueblos, pero con el crecimiento de la población se crearon otros mecanismos como el mercado. Los mercados presentes en Oaxaca son eficientes para el intercambio de bienes, pero ¿qué antigüedad tienen estos? ¿Cuándo y por qué fueron establecidos? No ha sido fácil contestar estas preguntas porque la evidencia arqueológica es ambigua como se mencionó arriba. ¿Y si los mercados prehispánicos fueron como el mercado de los viernes en el parque El Llano en la ciudad de Oaxaca? Los vendedores llegan, instalan sus puestos, venden su mercancía y se retiran, todo en unas 12 horas y casi sin dejar huella. Levantan estructuras, pero son desarmables; generan basura, pero se limpia luego.

Es probable que el mercado en Oaxaca se originara con la fundación de Monte Albán, aproximadamente 500 años a. de C. Ya existían cientos de personas en el valle y en los primeros siglos Monte Albán creció hasta tener varios miles de habitantes y cientos más vivían en otras comunidades. Monte Albán —tal como la ciudad de Oaxaca hoy en día— está en el centro del valle, en el punto más conveniente para integrar económicamente las comunidades con la capital. El mercado era un mecanismo eficiente para concentrar y redistribuir los bienes. El mercado en Monte Albán probablemente estuvo localizado en la Plaza Principal, aunque unos colegas piensan que estaba en las afueras de la ciudad. Es interesante notar que alrededor del año 100 d. de C. hubo mucha producción de cerámica precisamente cerca a la Plaza Principal; pensamos que fue así porque los gobernadores querían controlar no solamente la distribución de la cerámica a través del mercado sino también la producción de la cerámica en sí. Así, y por lo menos en el caso de Monte Albán, el mercado tuvo efectos más allá de la provisión de la economía doméstica. Permitió a los gobernantes controlar la economía; estimuló la creación de nuevos productos entre la población; y sirvió para integrar en el mismo lugar las actividades religiosas y políticas con las económicas para transmitir nuevos bienes e ideas a los pueblos participantes.

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