Todas las grandes civilizaciones crean sus propios estilos de arte. Las obras de arte suelen ser apreciadas por el público y es común que tanto las obras como los artistas lleguen a ser venerados. En el caso de muchas civilizaciones antiguas, hemos heredado solamente el arte materializado en piedra, como es la arquitectura, la escultura lapidaria y la pintura mural, habiéndose disuelto en el tiempo la música, la literatura y poesía, y la danza. Las sociedades modernas, o más bien sus miembros, están obsesionadas con el pasado de donde extraen elementos para reinterpretar e incorporar en sus propios obras. Así, por ejemplo, el Lincoln Memorial en Washington, D.C., no es un edificio totalmente original, sino que exhibe elementos de la Grecia Antigua concebidos hace más de 2 000 años. Un caso más cercano sería las grandes columnas de la fachada de la Escuela de Medicina de la UABJO, al lado norte de la Fuente de las Siete Regiones, aquí en Oaxaca.
¿Por qué la preocupación con el pasado? Apreciamos el arte antiguo por la belleza y novedad de los objetos o por la destreza implícita de su confección, aunque al ser incorporados al presente (reinterpretados o simplemente colocados en libros y museos), los objetos de arte nos retan a intentar entender sus orígenes y significados dentro de sus contextos primordiales. Son temas fundamentales de la Historia del Arte.
Curiosamente, en México, cuna de una de las grandes civilizaciones de la antigüedad, el arte prehispánico recibe poca atención en los programas de estudio. Y, por ejemplo, el estudiante mexicano de historia del arte que debe reconocer las obras de, digamos Diego Rivera y Rufino Tamayo, y saber quiénes eran estos maestros, entender y explicar sus obras —sea en sus dimensiones decorativas o didácticas— requiere conocimientos del pasado prehispánico de México.
El arte mural mesoamericano quizás inició con la fabulosa pintura en la Cueva de Oxtotitlán, Guerrero, de un jefe olmeca y un jaguar. Siglos más tarde continuó en el templo maya de San Bartolo en Guatemala, que hace referencia al pasado al mostrar un personaje con una cabeza o portando una máscara olmeca. En Oaxaca, afortunadamente contamos con la magnifica obra La pintura mural prehispánica en México III, coordinada por Beatriz de la Fuente y Bernd Fahmel Beyer, y publicada por la UNAM. Esta obra documenta exhaustivamente en cuatro volúmenes las pinturas murales conocidas hasta la fecha de su publicación en 2005 y 2008.
Los diseños geométricos en la tumba 2 de Santa Teresa, en Huajuapan de León, cuentan entre los más antiguos, fechados en la fase Nudée. El auge de la pintura mural en Oaxaca corresponde a las pinturas en las tumbas de elites zapotecas del Clásico Tardío o de la fase Xoo de 650 a 850 DC. Las pinturas más elaboradas decoran la tumba 5 del Cerro de la Campana, Suchilquitongo, y muestran personas de distintos oficios en la sociedad: jugadores de pelota en una procesión, guerreros, sacerdotes y otros. La tumba 104 de Monte Albán ilustra sacerdotes con sus nombres haciendo ofrendas, y la tumba 105, también de Monte Albán, presenta parejas nobles, probables miembros ancestrales de la familia real. La aparición repentina de las pinturas murales en las tumbas zapotecas es misteriosa. Los colores y el estilo general tienen antecedentes en Teotihuacan, la gran urbe donde floreció la pintura mural patrocinada por la elite que decoraba sus palacios con temas seculares y religiosos. La pintura mural zapoteca es distinta. Es sumamente sobria, ya que está plasmada en lugares escondidos y relacionados con los muertos, y no en las paredes vistas a diario. Es posible que con la caída de Teotihuacan, cerca de 600 DC., los artistas se trasladaran a Oaxaca y la tradición continuara. Los nobles zapotecos escogieron los temas y los artistas los realizaron. Existen datos para que los jóvenes historiadores del arte evalúen tales hipótesis.
Mientras tanto, regresemos a la Fuente de las Siete Regiones. Al lado, en la fachada del Hospital Civil Dr. Aurelio Valdivieso, está una gran representación en bajo relieve de una madre con su niño –quizá un símbolo de obstetricia–, basada en un pieza zapoteca prehispánica conocida como la Lápida de Noriega, ahora en exhibición en el Museo de las Culturas de Oaxaca. La lápida completa muestra en tres paneles, no pintados sino grabados, ritos de pasaje de un líder de la nobleza zapoteca. La incorporación del pasado en el presente, tanto en el arte como en la vida vernácula, se vislumbra más al rastrear los orígenes.
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Centro INAH Oaxaca