A todas las civilizaciones –si no es que a todos los grupos humanos– les ha preocupado la subsistencia y la muerte. En Mesoamérica prehispánica, el maíz era la base de la vida, y un símbolo de la misma. Por ser un recurso vital entre los zapotecos, aparece representado en piedras grabadas, pinturas murales, urnas o vasijas efigies, en sus varias etapas de crecimiento: grano, elote o mazorca y milpa. Irónicamente, uno de los lugares donde más se encuentran tales expresiones son las tumbas de los zapotecos.

En la mayoría de los casos, el maíz se representa en un papel secundario en asociación con Cociyo, el dios del Rayo o de la Lluvia. En otras instancias, se destaca como elemento principal en las urnas de la urbe prehispánica de Macuilxóchitl, en el valle de Oaxaca. Tal es el caso de una vasija efigie de cerámica  encontrada en el cubo de acceso de una tumba en Monte Albán, durante el Proyecto Especial Monte Albán 1992-1994. La vasija muestra dos personajes sosteniendo un atado de mazorcas de maíz. Sí, el maíz es la vida, y la tumba es la muerte. ¿Qué hacía este tipo de vasija frente a una tumba? ¿Qué relación tiene con la muerte?

La vasija es de forma cilíndrica, de pasta gris cremosa, mide 18 cm de altura y 19 cm de diámetro. Presenta dos personajes sentados, modelados de barro y pegados al pastillaje a la pared externa de la vasija de manera que los dos se enfrentan uno a otro. Ambos sostienen un cordón que amarra un atado de mazorcas y del cual pende una tira larga con incisiones, y, debajo de la misma, una placa plana, cuyo significado se desconoce. Los restos que se conservan de las cabezas son pocos. La ausencia de evidencias de tocados emplumados, que normalmente coronan imágenes de Cociyo o Pitao Cozobi, el Dios del Maíz, indica que son seres humanos. Las mazorcas entre las personas fueron elaboradas con moldes de mazorcas reales. No se registraron restos de una ofrenda en su interior, aunque tienen partículas de estuco y pintura roja.

La vasija apareció como parte de una ofrenda en el cubo de acceso a la tumba 207, junto con un sahumador usado para quemar incienso de copal y con otras vasijas más, todas colocadas frente a la fachada de la tumba. Lo más interesante de la vasija es que las mazorcas que la adornan corresponden a cuatro razas distintas: Tuxpeño, Nal Tel, Bolita y Sierra, según el experto en maíz Flavio Aragón Cuevas, del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales y Agropecuarios (INIFAP). Al parecer, los moradores de Monte Albán tuvieron acceso a estas razas de maíz, y el orden de su ubicación en la vasija tal vez puede corresponder a sus antiguas creencias acerca de esta planta.

Durante el periodo Clásico Tardío (600-850 d.C.), el periodo de uso de la vasija y la tumba 207, las familias zapotecas solían enterrar a sus difuntos debajo de los pisos de su casa; colocaban a los niños y adolescentes en sencillas fosas individuales escarbadas en los pisos de los aposentos y el patio de la casa, mientras los jefes de familia de las clases media y alta eran enterrados en una tumba arquitectónica hecha de mampostería e instalada debajo de la casa. Es probable que los zapotecos no concibieran las tumbas simplemente como el repositorio de los restos mortales de sus seres queridos, sino como la morada donde residían eternamente sus almas. Algunas tumbas elegantes del Clásico y Postclásico presentan las mismas plantas y detalles de arquitectura de las residencias que las cubren, como las tumbas de Cerro de la Campana, Yagul y Mitla. Hay claras evidencias, en el registro arqueológico y en los escritos de los españoles, de que los vivos volvieron de vez en cuando a abrir y a entrar en las tumbas de los muertos, quizá para comunicarse con las almas de sus antepasados. 

La tumba 207 de Monte Albán contuvo los restos de cuatro adultos que probablemente representan dos generaciones de padres de familia que habían vivido en la residencia, ya parcialmente destruida. ¿Qué hacía este tipo de vasija frente a una tumba?, ¿qué relación tiene con la muerte? Planteamos que los miembros de la tercera generación de la residencia abrieron el cubo de acceso para llevar a cabo un rito frente a la tumba de sus padres y abuelos, al parecer pidiendo por maíz con incienso de copal quemado en un sahumador, posiblemente por una ofrenda que contenía la vasija decorada con mazorcas. Tal vez, la razón por la que los zapotecos enterraban a sus muertos bajo la casa de los vivos era el deseo de mantener sus espíritus cerca. Según los estudiosos, los parientes al morir se convertían en entes sobrenaturales que podían interceder por los vivos ante los dioses para proporcionarles beneficios como proveer las lluvias y asegurar buenas cosechas de maíz, entre otras cosas.

Acerca de los autores:
Cira Martínez López, Marcus Winter. Centro INAH Oaxaca.
Robert Markens. Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, sede Oaxaca.

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