Además de un tablero horizontal o la parte trasera y descubierta de un tráiler, una plataforma es el conjunto de reivindicaciones o exigencias que un grupo determinado de personas realiza en un lugar específico. En este sentido, cada una de la acciones y talleres emprendidos por El Balcón Dispositivo Parasitario, paulatinamente han integrado una propuesta cultural que demuestra la sensibilidad de quienes a diario conviven en un sitio de suma importancia, y ha hecho visible a una comunidad ávida de este tipo de proyectos, a quien poco se ha garantizado el acceso a bienes y servicios culturales.
El concepto inicial de El Balcón se planteó, a partir de la obra homónima de Jean Genet, en términos de develar las relaciones de poder y sus representantes en este sitio. Sin embargo, la participación de la gente, las dinámicas sociales del propio mercado, el involucramiento entre diversos artistas fue derivando en la construcción colectiva de una plataforma artística inmaterial, metafórica. Si bien durante las primeras acciones existía cierto nerviosismo y “la realidad”, comenta Saúl López Velarde Pazos, “nos rebasaba”, poco a poco y con el apoyo de Martha Acevedo, quien forma parte de la directiva de la Zona Seca del mercado de Abastos, el proyecto fue tomando forma y conduciéndose por las rutas pertinentes. Así se involucraron más personas.
Desde 2011 el discurso teórico de El Balcón se ha traducido en una serie de performances, conciertos, proyecciones de documentales, una función de lucha libre y talleres de distinta índole —de origami, de danza aérea, de títeres hechos con materiales reciclados—, entre otras actividades, realizadas en diferentes zonas de la Central de Abastos. El fin no es propagandístico ni se agota en usar el espacio como soporte de ideas y propuestas alejadas de su contexto. El fin es el disfrute, la ruptura de la monotonía, rasgar el aburrimiento, combatir el tiempo muerto —como se tituló una de las obras presentadas. En cada una de estas acciones fue necesario el apoyo y vínculo con los locatarios y algunos líderes, así como el compromiso tanto del director y creador del proyecto, Saúl López Velarde Pazos, como de los participantes.
Desde su inicio, El Balcón ha presentado más de 30 acciones en las cuales ha habido asombros y conflictos, consensos y disensos, que han creado un sitio no físico sino relacional, una infraestructura humana que ha permitido que se acerquen al mercado propuestas artísticas que de otra manera no hubieran accedido a este lugar privilegiado del entramado urbano.
Los performances, como una premisa básica, fueron creados para este lugar, para las personas que lo habitan. No se basaron en lo multitudinario ni en lo publicitario. Muchos de ellos, la mayoría, sólo fueron presenciados por un grupo específico de personas a quienes se les buscaba generar una experiencia asombrosa, fuera de su vida cotidiana —de alguna manera, ésta es una parte fundamental de El Balcón y del arte, en general. Muchas de esas experiencias fueron incentivadas a partir de obras gráficas, de música, de representaciones escénicas, de ejercicios físicos y de acupuntura, por mencionar unos pocos estímulos a los que recurrieron algunos artistas. La constante en los espectadores involuntarios de los performances es la reacción misma ante una situación que fractura la lógica de un sitio, y al hacerlo, cuestiona su percepción: no es el mercado un lugar sólo de compra-venta, sino donde puede suceder el arte.
Aquí podríamos hablar de Genet, de las formas en que se evidencia el poder a través de sus obras y el vínculo de éstas con este mercado; de lugares que se superponen como capas de significados y sentidos, del acting out incentivado por El Balcón. Pero aquello que reluce del proyecto son las vivencias que a nivel artístico, pero sobre todo a nivel personal, se han gestado.
Los logros de este proyecto se afianzan sobre todo en los lazos de trabajo y amistad, en la curiosidad animada en los niños y jóvenes —que son espectadores-actores y participantes— en los talleres y performances, en el ímpetu contagiado a los líderes y administradores de distintas zonas para fomentar estas iniciativas, en los locatarios que han cooperado para que su lugar de trabajo goce de alguna expresión cultural que les anime el día, que les sea memorable.
En este esfuerzo cultural han intervenido —con apoyos económicos o en especie— locatarios de este mercado, asociaciones civiles como la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca e instituciones públicas locales y federales como la Secretaría para las Culturas y Artes de Oaxaca y el Instituto Nacional de Bellas Artes.
El futuro de ese proyecto dependerá en gran medida, comenta Saúl, de los recursos que de manera independiente pueda conseguir.