El templo de San Jerónimo Tlacochahuaya es una joya del arte barroco, fundada por los frailes dominicos a mediados del siglo XVI. Fue pensado como una casa de observancia, dedicada a la contemplación y a la meditación, por ello la primera construcción fue pequeña, sencilla y sobria.
Fue en los siglos XVII y XVIII cuando se amplió el templo y se construyeron dos nuevas torres y el campanario. El coro se techó con una combinación de cúpulas y bóvedas de ladrillo aplanadas y decoradas, dándole la apariencia que actualmente vemos.En el interior, se construyeron retablos, y se reordenaron las obras que ya existían, los muros y bóvedas se decoraron de manera festiva y con mucho colorido. Esta decoración, llena de querubines y flores, envolvió e integró cada elemento del templo, como el pulpito, los retablos, las esculturas y pinturas, e incluso el órgano.Tiene la misma decoración de los muros.
Aquí podemos ver cómo se mezclan y conviven símbolos de la iconografía cristiana con elementos indígenas, dándole un carácter muy especial que lo hace único.
La vida de este conjunto no ha sido fácil. Durante las guerras de Revolución y Reforma, el templo fue usado como punto importante de defensa, lo que aceleró su deterioro. Posteriormente, el abandono, los continuos temblores y las lluvias dieron paso libre a los factores físicos, a los microorganismos, a las combinaciones químicas quefueron destruyendo parte de la pintura mural, y degradando las telas de los óleos y demás objetos.
El templo y sus obras antiguas no han pasado inadvertidos a saqueadores y ladrones: en los años 70 se sufrió saqueo. Afortunadamente, la vigilancia y el monitoreo han evitado estas acciones últimamente.
Muchos de estos daños pasan inadvertidos. Casi no se aprecian porque son silenciosos y lentos como el ataque de insectos a la madera, que poco a poco la van debilitando. En muchos casos las piezas están completamente huecas y parecen sostenerse por arte de magia.
Para su conservación se han hecho muchos esfuerzos en donde la fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca ha tenido un papel fundamental.Los trabajos de restauración se iniciaron en 1999. Empezamos trabajando óleos sobre tela muy dañados, luego un retablo que estaba a punto del colapso, y así, poco a poco, las esculturas, pinturas nos gritaban, “no se vallan, busquen cómo, pero sálvennos”. Ya no pudimos separarnos del lugar.
Este largo trabajo de restauración tiene la cualidad de integrarse al conjunto: se intentó ser lo más respetuoso posible, tanto con los objetos como con las actividades del lugar. Ésta es una de las cosas más difíciles para un restaurador. Conservar las obras sin que se note su intervención. Lo importante es la obra, no el restaurador. Ni el arquitecto, ni el pintor, ni el dorador.
Pero también es una delicia y un gran reto técnico. Se abarcaron prácticamente todas las áreas de la restauración. Tenemos desde la arquitectura y su relación urbana contextual, hasta miniaturas en óleo sobre madera, pasando por pintura de caballete, sobre tabla, pintura mural, esculturas en madera dorada y estofada, columnas, capiteles, metales, piedra, ladrillo, estucos. El púlpito con la técnica de decorado en madera de Villa Alta, en fin, una gama muy amplia de objetos y materiales.
El uso de materiales adecuados para la restauración en Tlacochahuaya fue un reto, debido a que tienen que usarse materiales de la más alta calidad. Algunos se obtuvieron en tiendas especializadas, como la hoja de oro los pigmentos más estables y finos, pero hay otros que se ubicaron en la zona. La cal en piedra fue una prioridad: el uso de la mejor cal apagada requiere de un proceso químico que dura varios meses. En Tlacochahuaya construimos cuatro estanques para poder suministrar la cal necesaria que demandaba el trabajo. Este proyecto fue uno de los pocos, si no el único, que usó de esa calidad. Algo tan simple como la arena tenía que estar libre de toda suciedad y no contener sales que dañarían en un futuro los aplanados y la pintura mural.
La madera usada en el exconvento también cumplió con varios requisitos, siendo uno de éstos que fuera de bosques certificados y sustentables. Nos dimos a la tarea de buscar, y la encontramos en Ixtlán, donde nos vendieron vigas estufadas de buena calidad que cumplían con las expectativas. El ladrillo para las cúpulas es más pequeño de lo normal, por lo que se mandó hacer. Se hicieron pruebas de resistencia, dureza y porosidad, hasta que logramos el material ideal. El fabricante nos hizo miles de piezas para cubrir las cúpulas y bóvedas. Cada elemento, cada material, requiere de especial atención y cuidado.
Esta gama tan amplia implicó que el equipo de trabajo fuera multidisciplinario: colaboraron estrechamente restauradores de bienes muebles; arquitectos especializados en restauración; dibujantes y fotógrafos que usaron nuevas técnicas de documentación por computadora; historiadores del arte que se sumergieron en los archivos históricos; especialistas que nos tradujeron documentos del zapoteco antiguo al español; técnicos en mural, en madera, en instalaciones, y albañiles y afanadoras.
Es importante hacer notar que mucha gente de la zona y de Tlacochahuaya trabajó en la restauración. Algunos encontraron una veta de trabajo y ahora están en otros proyectos, lo que nos llena de orgullo. También ayudó el pueblo y su cooperación fue muy valiosa con el famoso tequio, donde participaron las señoras haciendo el téjate y los hombres en el trabajo pesado.
De esta manera se restauraron, en un lapso de 14 años, siete retablos, el 90 por ciento de la pintura, las esculturas, el pulpito; se dio mantenimiento a los techos, barda y atrio, así como del órgano tubular; se restauraron las rejas de las capillas del bautisterio y santo entierro; toda la pintura mural del interior del templo y de los corredores del bajo claustro del convento; se recuperó la policromía original de las fachadas principal y lateral, el atrio con las capillas, posas, piso y barda, y se cambió de techumbre el templo. Se hizo una nueva instalación eléctrica y de iluminación, y se colocaron lámparas con filtros de luz ultravioleta para proteger las obras.
El convento tenía muchos problemas: se filtraba el agua de lluvia de una manera impresionante, y los techos, relativamente nuevos, hechos de morillos, polines y tablas, estaban podridos o con un grave ataque de insectos xilófagos. En el entrepiso había zonas apuntaladas que estaban a punto de colapsar. Así que también se cambió el entrepiso del corredor y los techos de los corredores, recuperando el sistema constructivo, mismo que se conservaba en algunas habitaciones.
Durante mucho tiempo en Tlacochahuaya no se hizo mayor esfuerzo por conservarlo. Ahora, y después de años de trabajo, empezamos a ver los resultados de esta labor constante. No sólo en los objetos de arte, sino también en el ánimo de la gente.