Alza la vista. Disfruta del azul intenso de la tarde. Suspira. Sus enormes ojos se entrecierran. Un avión aparece en la lejanía, primero la imagen y después el sonido. Miro también al cielo y ella dice: es un Boeing 777 de Aeroméxico. Ve su reloj y puntualiza: seguro viene de Madrid, los vuelos de Europa llegan a las seis y media. Sonríe.
Acostumbrada a medir el tiempo por los vuelos, a vivir entre vuelos, Jackeline Montenegro, Jack —como sus amigos la conocen— es una apasionada de la aviación. Cuenta que desde niña se percató de su gusto por los aviones. Las visitas a casa de su abuela, quien vivía cerca del aeropuerto, eran la oportunidad para observar a la distancia los despegues y aterrizajes de esos enormes monstruos de alas metálicas.
No tuvo que esperar mucho para subir a uno de ellos. Un viaje con su familia a Acapulco fue la primera experiencia área: “me hizo sentir muy feliz, me gustó la sensación del despegue y el aterrizaje, estar arriba y mirar las nubes, llegar tan rápido a los lugares. Me gustó el ambiente del aeropuerto, escuchar el sonido, llegar y ver a las sobrecargos caminando, pensaba ¿a dónde va toda esta gente?, ¿a donde va con tanta prisa y tan arreglados? Ese viaje marcó su vida.
Aprendiendo a volar
Tras descubrir el sitio en donde podría conseguir el empleo, Jack entró en un torbellino: cursos, capacitaciones, exámenes médicos, sicológicos, más capacitación, los nervios de los resultados, la euforia por conseguir su primer trabajo, la entrega de sus manuales, su identificación y su uniforme de sobrecargo, su primer rol de vuelo.
El primer día de trabajo, muy de madrugada, Jack inició el ritual que realizaría durante más de quince años, comprobar que estuviera lista la enorme maleta, el baño, untarse crema, ponerse el uniforme impecable y planchado, las zapatillas azul marino, el peinado perfecto, un poco de perfume. Tac, tac, tac, tac, tac, el sonido apresurado de las zapatillas, subir al taxi que la espera para llevarla a ese lugar de bienvenidas y despedidas.
“Mi primer viaje fue a Chicago, me sentía muy contenta, era lo que yo quería hacer, estaba emocionada de conocer a la tripulación. Me hicieron mi novatada, a todos se las hacen, fue un viaje divertido. Me gustó llegar al aeropuerto y ver tripulaciones de muchas partes del mundo, llegar al hotel y todo el proceso. Fue un viaje de seis días, pernoctaba en Los Ángeles, así que tuve oportunidad de salir a conocer un poco la ciudad.”
Después de la primera visita y de regresar una y otra vez a los lugares, éstos comenzaron a ser familiares: restaurantes, librerías, cafecitos, parques, museos, calles, nuevos olores y sabores, idiomas y acentos se fijaron en sus recuerdos. Lo mismo viajaba a Denver que a Mérida, a Nueva York que a Costa Rica, a Tijuana que a Buenos Aires.
“Me gustaba mucho ir a Buenos Aires, era un vuelo largo y en cuanto llegaba me desaparecía de la tripulación. Aunque tenía algunos amigos argentinos me gustaba estar sola, caminar al Tower Records de la calle de la Florida, ir al Obelisco, ir a las librerías y a buscar discos. Disfrutaba estar en la ciudad, recorrer las calles. A veces me sentaba en algún parque y veía el mundo pasar. En algunas ocasiones, si me tocaba buena tripulación, salíamos todos juntos”.
¿Azafata, aeromoza o sobrecargo?
El nombre técnico es sobrecargo, los otros son nombres que la gente le pone. Como sobrecargo realizas labores de seguridad, no sólo das el servicio a los pasajeros, para eso te capacitan constantemente. Mucha gente piensa que nuestro trabajo se reduce a servir bebidas y no es así: tomamos muchos cursos de primeros auxilios y seguridad aérea que refuerzan la idea de que eres personal de seguridad.
Uno debe revisar que todos los procedimientos de vuelo se realicen correctamente porque en la aviación para todo hay un procedimiento. Azafata es un modismo utilizado sobre todo en España y retomado por algunas escuelas: para nosotros que nos llamen aeromozas es despectivo.
Las escuelas que ofertan estudios para azafata, ¿funcionan?
Muchas de esas escuelas sólo lucran con las chicas que entran. Algunas chicas no cumplen el perfil que requiere la empresa y no les explican eso —hablar con fluidez el inglés por ejemplo— y generalmente les enseñan en 3 años lo que te enseñan en el curso de capacitación. Platicando con algunas compañeras coincidíamos en que es un timo, muchas de estas chicas pagan por la ilusión. Aunque algunas sí logran entrar, sabemos que la mayoría no.
Entrar a la aviación no es fácil. Entre los requisitos que las aerolíneas piden están el dominio de idiomas, tener el peso o estatura adecuados, ser sociable, tener un carácter que se adapte a todas las situaciones, y estar sana para que puedas aguantar el pesado ritmo de trabajo.
Bitácora de vuelo
Apenas formulada la pregunta, Jack adopta diferentes tonos para contar algunas anécdotas. Pasa de un acento a otro sin gran dificultad, se mueve y hace gestos. Lo mismo habla como cubana que como norteña o argentina. Se carcajea al recordar algo divertido y frunce el ceño cuando platica de una mala experiencia.
De entre todo lo vivido algo de lo más impactante le ocurrió en un vuelo de Culiacán hacia la Ciudad de México: “veníamos con el mínimo de tripulación y los pasajeros subieron normal. No hubo aviso del personal de tráfico sobre alguna situación fuera de lo común. En el vuelo venían tres tipos en la parte trasera del avión, tenían acento norteño, y el que venía en medio de ellos se notaba raro. Los otros dos venían tomando whisky”.
‘El señor que venía en medio se metió al baño y se tardó en salir. Uno de sus acompañantes me pidió si podía checar si su primo estaba bien. Comencé a tocar en la puerta del baño preguntando si se sentía bien y, como no respondía, junto con otra compañera seguí el procedimiento para abrir la puerta. Mientras hacíamos éso escuchamos un fuerte ruido dentro del baño, y al abrir la puerta apareció ante mí una escena como sacada de una película gore. El hombre había intentado suicidarse. Sus acompañantes resultaron ser policías y él un preso muy peligroso”.
A media hora de llegar a la Ciudad de México, un doctor que venía abordo auxilió a las sobrecargos, quienes ponían al señor un torniquete para parar la sangre de la grave herida, mientras lidiaban con los oficiales que sentenciaban al herido: no te la vas a acabar. Al llegar al aeropuerto ya estaba la ambulancia y muchas patrullas: “Vi cuando lo sacaban. No mostraba dolor pero vi en su mirada algo de resignación”.
Durante la charla me muestra fotografías: Jack sentada en la turbina de un avión, posando junto a una enorme escultura de Botero; en el avión con algunas compañeras, vestida con botas, bufanda y sombrero en un paisaje nevado, o con un enorme sombrero y una ligera camisa a bordo de un pequeño yate, en Canadá. Se detiene en una fotografía en la que aparece nostálgica mirando el río Sena.
“La primera vez que llegué a París me impactó el Cóncord que está de exhibición, además de la ciudad, claro, que es increíble. Es de los lugares que más me gusta. Fue impresionante descubrir lugares más allá de lo que había leído. Me gustó conocer el museo de Louvre, Versalles, los Campos Elíseos, la Torre Eiffel, Montmartre. Esa primera vez me llevé a mi hermana. Fue increíble estar con ella y aunque hacía mucho frío lo disfrutamos mucho. París es para caminar y comer. Me gustaba un queso que compraba en una tiendita, los chocolates, las crepas.
La comida es parte de volar, de viajar. Es maravilloso que puedas probar algo diferente en todas partes. Yo tenía lugares específicos que cuando veía mi rol de vuelo ya me saboreaba algún guiso. También la oportunidad de comprar algunas cosas, de poder llevar a mi familia o amigos a algunos lugares. Claro que no todo es miel sobre hojuelas”.
Me platica sobre el cansancio crónico que comúnmente padecen quienes se dedican a esto: “Te afecta el carácter, siempre tienes sueño y estás con el reloj en mano. Es un trabajo bello pero muy sacrificado. Casi no ves a tu familia. Hay muchas navidades, cumpleaños, años nuevos, día de la madre, del padre, que no vas a estar, la gente deja de invitarte a reuniones porque simplemente no llegas”.
Me dice que quedan muchos lugares que le gustaría conocer: “Quiero ir a Australia, Nueva Zelanda, a la India. Se te hace vicio volar”. A la bitácora de vuelo le quedan hojas por escribir.
Mientras me despido de Jack, a lo lejos escucho cantar a Kravitz: “I wish that I could fly/ Into the sky/ So very high/ Just like a dragonfly / I’d fly above the trees/ Over the seas in all degrees/ To anywhere I please/ Oh I want to get away/ I want to fly away/ Yeah yeah yeah.”
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Acerca del autor:
México DF (1978). Fotógrafa. Su trabajo fotoperiodístico ha sido publicado en medios locales, nacionales e internacionales. Actualmente dirige el despacho de imagen www.estacionfoto.com