SH: Presentas este libro en un momento coyuntural, muy poco antes de las elecciones, y con muchos problemas en el país: ¿qué reflexiones intentas detonar a partir de la lectura de Cuando la muerte se aproxima?
En este libro intento no ser maniqueo. Intento no manipular a la opinión pública. Intento ofrecer muchos argumentos para sembrar dudas, y establecer cierto disenso, invitar a la gente a disentir. Abro muchas brechas en donde siempre intento polarizar lo bueno y lo malo de todo lo que se hace en medicina –aunque el libro no es médico. Lo que pretendo es darle instrumentos a las personas para decir no, para ser contestatarios, para intentar buscar cómo oponerse al poder en todas sus formas. Aquí hay una oposición al poder de la tecnología, hay una oposición al poder médico, y hay un intento de decirle a la persona que él es autónomo, y que no tiene por qué aceptar las órdenes médicas, o la arrogancia de la tecnología que te venden aparatos e innumerables exámenes. Claro que no denuesto a la tecnología. Pero siempre invito a la gente a pensar a partir de su autonomía. En la coyuntura actual, los que tenemos la voz –tomo prestada esa línea de Sartre, de su introducción a Los condenados de la tierra de Franz Fanon, en donde dice que el mundo está dividido en dos grupos: los que tenemos el derecho a la voz y los que no. Cada vez se hace más grande el grupo de quienes no tienen el derecho a la voz, y más pequeño el de quienes tenemos el derecho a la voz. El derecho a la voz es la entrevista que ustedes me hacen, el libro que yo hago, y la obligación de decir no.
JP: En este sentido, en la medicina, el médico actual parece no escuchar. Esto es un reflejo de la sociedad –y quizás no sólo mexicana, sino del mundo, en esta sociedad tardocapitalista, o como se le quiera llamar–, ¿qué mecanismos, qué medios para revertir esta condición?
La clínica se ha depauperado. La relación médico-paciente, lo más bonito que puede haber en la medicina, y por eso parte el libro de la escucha, se ha ido depauperando; toda la sociedad. Yo tengo una mirada muy escéptica de muchas cosas y creo que a partir de ese escepticismo yo construyo. Ayer discutía con Leonardo da Jandra, porque a él no le gusta la mirada escéptica. A mí sí me gusta, porque esa mirada escéptica –que es la que veo en los semáforos de la Ciudad de México, que es la que veo con los niños de la calle, que es la que vivo con los pacientes que no tienen dinero–, bueno, te permite preguntar más y cuestionar más las medidas del poder. Todo lo de la clínica, y la relación médico-paciente, se ha ido empobreciendo; principalmente, por el auge de la tecnología, por el exceso de población, por la falta de dinero, también, y porque el médico se ha alejado mucho de los pacientes, de las personas. Pero en esencia, eso es reflejo de lo que ha sucedido en el ambiente, el contacto entre seres humanos ha ido decayendo. Nos estamos distanciando de los puntos fundamentales como escuchar, mirar, tocar, acompañar, que son partes que menciono en ese pequeño ensayo que se llama “Saber escuchar”. Se está perdiendo, sí: la capacidad de ver, tocar, ser empático, o de pensar, no recuerdo si en ese libro hablo de la teoría de la otredad, de [Emmanuel] Levinas, que me gusta mucho citar –siempre mirar al de enfrente como si fuera un yo propio. Ahí, yo pienso, que lo único que puede salvar al mundo es la ética, y por supuesto la ética laica. No soy antirreligioso, soy profundamente ateo. Si algo nos puede salvar es tener un concepto ético del mal menor, si así se puede decir, en donde se pueden unir voces para crear una nueva ética civil.
JP: ¿Cómo podrías definir una ética civil?
Tendría que citar algo que aprendí en mi casa, en casa de mis padres –inmigrantes europeos, polacos, judíos, que perdieron a toda la familia, y que llegaron a México con todas las bondades que encontraron aquí–, y lo que yo aprendí es que siempre hay que mirar hacia abajo. Entonces, a lo mejor una buena definición ética es mirar hacia abajo. Mirar a todos los que están abajo de la escala cultural, económica, sobre todo, social, y tratar de que su vida sea lo menos mala posible. Por eso creo que la vida de la mitad de los mexicanos debe ser bastante “mala”. Hay 60 millones de personas en la pobreza y de esos la mitad en la miseria. Ni ustedes, ni yo comprendemos lo que es la miseria extrema. Una ética es mirar hacia abajo, y mirar al otro como un yo propio, como un yo mismo. Siento que tenemos la obligación de hacerlo. Y una ética civil: preocuparse por lo demás, como te preocupas por la gente que está cerca de ti.
JP: La muerte, la autonomía, han formado parte de tus preocupaciones éticas, como médico y como escritor. Coméntanos la pertinencia y relevancia de estos temas: la escucha, por un lado; y la autonomía, y la pérdida de ella, en el contexto mexicano actual.
Como médico te vas enfrentando más al tema de la muerte que la gente en general. Lo cual no excluye que toda la gente siempre se tiene que enfrentar con la muerte. En Occidente nos hemos alejado mucho del tema, sólo pensamos en la cotidianidad y en el mañana muy cercano, no en el futuro. Y eso es algo crítico, porque no te permite elaborar un plan –si se puede decir– de vida que sea acorde a cuando llegue tu muerte. Muchas veces tú sabes que vas a morir. Cuando vas envejeciendo o enfermando, tienes que reflexionar para hacer de tu muerte lo mejor para ti, como para tus seres queridos. Y, por supuesto, abre lo que ya preguntabas: los temas sobre los que reflexiono. Pienso mucho sobre los límites de la vida y los límites de la medicina. Claro que parto de la medicina porque soy médico. Cuando hablo de los límites de la medicina digo que la medicina, en estos momentos, y cada vez más, va a carecer de límites porque se han descubierto cosas increíbles. Me gusta imaginar qué sería si los médicos que vivieron hace 40 o 50 años se asomaran, hoy en día, a las salas de terapia intensiva, o se asomasen a los laboratorios en donde se hacen investigaciones. Seguramente surgirían cuentos fantásticos como los de [Julio] Cortázar: se encuentran con un mundo que ellos no conocían. Un mundo en donde nunca pudieron pensar que sucediese algo así. Pero uno tiene que contextualizar qué es lo que quiere de la medicina, qué es lo que quiere de la tecnología, hasta dónde quiere llegar. (…)
La autonomía –en términos sencillos– es la libertad y la capacidad que tiene cada persona de hacer y decidir qué es lo que quiere con su propia vida, sin dañar a terceros. Estos es: decidir sobre tu propia vida, sobre tu propia muerte. Es un tema muy amplio, importante, y es, quizás, el tópico que más me ocupa. La autonomía parte de principios como el de John Stuart Mill y de otros pensadores e ideas kantianas; yo creo que lo que debemos infundir, ya no sólo desde el punto de vista de nuestro cuerpo, de nuestra salud, de nuestro derecho a decidir, es la autonomía de las personas. La autonomía que tienes como individuo y sociedad. Y en ese sentido, bueno, parar un poco la catástrofe que vivimos en México, la catástrofe voraz, social, económica, a raíz de la catástrofe que son los políticos.
JP: Todos los tiempos han sido tiempos de oprobio, de ignominia, pero particularmente en México, en el último sexenio, sabemos que el nivel de violencia ha crecido exponencialmente. Pero también ha crecido la indiferencia, que es una indiferencia ante la muerte. ¿Qué nos puedes decir de esta sobreexposición, la espectacularización de la violencia?
Estamos pensando cosas parecidas. Parece que es publicidad, pero no: uno de mis artículos recientes en El Universal se llama “El sexenio de los muertos”. Éste es el sexenio de los muertos. Y nos estamos acostumbrando. Se me hace peor el término que tú usas, no lo critico, pero se me hace más terrible que hablar de cierto acostumbramiento. Si ya estamos en un nivel de indiferencia, hay que pensar que está muriendo una parte muy importante de la sociedad. Una parte que ya no está cuestionándose, que ya no está preguntando, que no está diciendo: no, a lo que tenemos que decir. Son 50 mil, son 60 mil, ya no sabemos, pero sí sé que siempre las estadísticas del gobierno son falacias, son mentiras. Y no les creo. Yo diría que una fuente de partida es una oración viejísima de hace 150 años, de Marx: no es la conciencia la que determina el ser social del hombre, sino es el ser social la que determina la conciencia. No sé si invierto el orden, no importa. Pero aquí, nuestro ser social no está siendo consciente de lo que estamos viviendo, de lo que está sucediendo. Usaste una palabra muy cruda. Espero que estés equivocado. Pero sí, estoy de acuerdo con que estamos siendo indiferentes ante una forma de vivir, que no es una forma de vivir, es una forma en que han muerto más de 50 mil personas, y no sabemos cuántos han perdido su trabajo, cuántos han perdido su oportunidad de hacer una vida normal, cuántas ciudades fantasmas existen, cuánta gente tiene que huir de donde vive, por un gobierno siempre equivocado, éste y los previos, y los que siguen, imagino.
SH: ¿Qué rumbo debería de tomar el asunto de las drogas a partir de las elecciones?, y, ¿cuál es el papel de la información y educación?
Las drogas, por supuesto, deben legalizarse. Ésa es la primera oración. Hay que legalizarlas de forma adecuada. Hay que legalizarlas de menos a más: hay que legalizar rápido la mariguana, y hay qué pensar qué hacer con las otras drogas. A mucha gente no le conviene que se legalicen, por eso no se legalizan. A quien menos le conviene es al gobierno. Si no de este gobierno, sí de los previos, miembros de éstos han sido socios de grupos de narcotraficantes de forma importante. Entonces, si el negocio de las drogas se llega a modificar los que más van a sufrir son los que usufructúan económicamente de eso. Todos experimentos por legalizar las drogas han venido fracasando porque el poder del narcotráfico y de la gente que está con ellos –políticos, sobre todo– es inmenso. Sabemos que en el mundo hay tres industrias que mueven la mayor parte del dinero: la industria militar, la industria farmacéutica –pequeña contradicción–, y el negocio de las drogas. Parece que las drogas mueven ya más que los negocios militares, aunque no conocemos los números exactos. Y las farmacéuticas son unas grandes ladronas –ganan más que el PIB de muchísimas naciones centroamericanas, del África, o del Caribe. Entonces, primero legalizar las drogas, sí. Utilizar el dinero para curar a gente con problemas de drogas. Sería un dinero muy bien utilizado, mucho más barato que estar criminalizando a los que siguen enfermando y promover el mercado negro que la prohibición genera en el mundo de las drogas. Es urgente legalizarlas.
JP: En los últimos tiempos el nivel de violencia en el país ha crecido exponencialmente a causa de la llamada “guerra contra el narcotráfico”. El dinero gastado en ello se podría destinar a la salud y a la educación…
Hace poco, el gobierno anunció que se van a utilizar 30 mil millones de pesos para la lucha contra la violencia. Cifras inimaginables. Obviamente, lo que planteas: por qué no invertir eso en la construcción de otro escenario, en una realidad que cambie la realidad de México. Y eso, por supuesto, es educación. Me acuerdo que hace unos años, viajando a un país centroamericano escuché un programa de radio y vi unos grafitis que decían, más o menos así: si piensas que la educación es cara, prueba la ignorancia. Claro, es mucho más cara la ignorancia que la educación, pero a muchos les favorece.
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Acerca de Arnoldo Kraus:
México, DF (1951). Médico y escritor. Imparte clases de ética médica en el posgrado de la Facultad de Medicina de la UNAM. Ha colaborado con La Jornada y Letras Libres. Actualmente escribe una columna semanal en El Universal.