Entrar a la tienda del taller es visitar tres lugares a la vez: un zoológico de animales caprichosos hechos papalote, una joyería de piezas de cartón y un conjunto nutrido de hojas-artesanía. La loseta con alacranes pintados da bienvenida a este bazar, alojado en terrenos vírgenes del pueblo de San Agustín Etla. Es una estancia de altos muros, tapizados de rombos diseñados para volar y con un río subterráneo que vibra bajo los pies. Un escaparate nada convencional, en el que la irreverencia visual es constante y corre a cargo de la imaginación de Toledo.
“Empecemos por las materias primas…”
A los pies de la tienda serpentea un camino que conduce al “Área de producción”. Un hombre moreno con gorra rojiblanca está en la puerta del taller. “Yo les doy la explicación”, ofrece, al tiempo que se une un grupo de turistas vestidas típicamente. “Empecemos por las materias primas…”
Enrique Ramírez, jefe de la travesía por la cuna de los pliegos adornados, pasa revista a los materiales. Muestra a los guiados algunos tarros de vidrio con tierras de colores, fibras naturales y decoraciones diversas. “Dividimos nuestros insumos en fibras, adornos y pigmentos”. Entre los primeros se cuentan los algodones y cortezas de árboles; en la segunda categoría entran desde hilazas, cascarilla de café, mica mineral y pétalos secos de flores.
El nacimiento de una hoja…
Implica el remojo de la fibra o corteza hasta que se hace pasta, su colocación en bastidores, recubrimiento con fieltros absorbentes, prensado con máquinas que se deshacen del líquido mediante 100 toneladas de presión, aplicación de textura o grabado manual y secado al sol o sombra. En la fase de “encuadernación” se afinan detalles, antes de asignarle un precio.
La duración del proceso no es fija. Dependiendo de los materiales usados, la elaboración de una hoja, de trescientas posibles, puede tardar desde veinticuatro horas, hasta dos años de preparación.
Problemas, montículos y palancas
Actualmente, en México se cortan 500 mil árboles diarios para la fabricación de papel industrial, mientras la producción del artesanal no implica deforestación ni contaminación. No obstante, se elabora en mucha menor escala. “La situación es difícil porque casi no valoran nuestros productos”, se lamenta Enrique. “A los extranjeros sí les encanta lo que hacemos. Aquí aún no tenemos la cultura del cuidado del planeta”, incrimina.
Al montículo de inconvenientes, el guía suma otro: no existe apoyo fiscal. “No hay una cédula que avale que eres artesano. [La Secretaría de] Hacienda te registra como productor de celulosa y creen que tienes una factoría y mucho dinero.”
La situación esbozada no es muy esperanzadora. Al referir que las ventas son bajas y están inconvenientemente gravadas, asalta la duda de cómo ha sobrevivido la cooperativa. Se trata de una responsabilidad más que recae sobre Toledo: la venta de las piezas únicas del pintor es lo que resulta más rentable para el establecimiento. Hay coleccionistas que ofrecen considerables sumas por sus grabados. Desafortunadamente no es algo que ocurra diario. El también activista social oaxaqueño ha tenido que “servirse de sus palancas” para buscar financiamiento alterno.
Él vive a unos metros del siempre húmedo taller. “Generalmente pasa horas dibujando aquí, mientras trabajamos.” Enrique sonríe al desmentir el mito de que es un malhumorado crónico. “Con nosotros no es así. Yo creo que porque nos tiene cariño y porque no le hacemos tanta fiesta. Le molesta que lo adulen”.
El calificativo merecido
Cualquier bond es desechable; una pieza salida del taller Arte Papel Oaxaca difícilmente se arrojaría a la basura. “Claro que considero mi trabajo como arte, porque cada hoja es única”, dice el encargado de los bastidores.
Entrar por segunda vez a la tienda es una nueva experiencia. La mercancía es la misma, pero el lugar ya no parece un expendio de souvenir, sino una auténtica galería.